Blog Foroenergías

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La energía y el Xingu

>> 27 de abril de 2010

Manifestantes en pie de guerra en Brasilia, tribus beligerantes de abogados y una montaña de mugre de cerdo. Sin embargo, otro gigantesco contrato de obras públicas estaba disponible. Después de que los tribunales derribaron una avalancha de mandatos judiciales, el 20 de abril un consorcio de contratistas ganó el derecho a construir Belo Monte, una enorme planta hidroeléctrica que se va a levantar en el río Xingu, en la cuenca oriental del Amazonas.

Los ganadores -encabezados por Chesf, un generador de energía hidroeléctrica estatal, y varias empresas de construcción- celebraron en forma silenciosa y rápida. Su discreción era comprensible. Afuera de la sala de licitación en la entidad reguladora de energía de Brasil estaba esperando una turba irritada, equipada con mamelucos y pintura de guerra y tres toneladas de estiércol fresco, cortesía de un criadero de cerdos local. "Belo Monte de Merda", decía el cartel sobre la montaña de mugre.

Sin embargo, la economía creciente de Brasil necesita más energía, de preferencia renovable. La magnitud de la represa -será la tercera estación hidroeléctrica más grande del mundo, después de las Tres Gargantas de China y la propia Itaipú de Brasil- es épica. También lo es la inversión, al menos de 19 mil millones de reales (casi US$ 11 mil millones). Pero desde que los ingenieros en Brasilia mostraron los programas detallados para la represa en el Xingu, hace dos décadas, el proyecto ha concentrado una enérgica oposición.

Grupos ambientalistas y habitantes del área del río señalan que Belo Monte inundará enormes extensiones de bosque tropical, mientras que desecará otras. "El bosque es nuestra carnicería, el río es nuestro mercado", expresaron en un periódico líderes indígenas. Ellos contaron con la ayuda de los verdes europeos y estadounidenses; entre estos últimos, las tribus de Hollywood. James Cameron, director cinematográfico, quien viajó para pintarrajearse la cara de rojo, abrazó a un indígena y se unió a la protesta.

En su pasado como líder de los trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, Presidente del país desde 2003, podría haberse integrado a ellos. Ahora tiene un legado en mente. Belo Monte es la pieza central del ambicioso programa de inversión pública del gobierno; la iniciativa estrella de Dilma Rousseff, la ex jefa de gabinete de Lula y su posible sucesora, quien enfrenta una dura lucha en las elecciones presidenciales en octubre contra José Serra, el principal candidato de oposición.

Como Presidente, Lula ha mostrado poca paciencia con los ecologistas, no se preocupa de los gringos. "Ellos no tienen que venir aquí y darnos consejos", expresó.

Sin embargo, los verdes no estaban solos en su falta de entusiasmo por el proyecto. Algunos de los principales constructores del país, tal como Odebrecht y Camargo Correa, se retiraron de la licitación, convencidos de que las tasas de energía que dictó el gobierno, 83 reales (US$ 47) por megawatt/hora eran demasiado bajas para asegurar un rendimiento justo de la inversión. (El consorcio ganador ofreció una tasa ligeramente más baja).

El gobierno tuvo que prometer miles de millones de dólares en créditos blandos y franquicias tributarias para atraer a los licitadores. Aun así, dos firmas en el consorcio ganador desistieron de inmediato, por lo visto porque pensaron que la tarifa era demasiado baja.

Desde que un gobierno militar desmembró la cuenca del Amazonas con caminos, represas y poblados en la década de 1970, Brasil no había visto tal disputa por el bosque tropical. Irónicamente, Belo Monte es un proyecto que tomó forma teniendo en cuenta las lecciones del pasado; se trazó una y otra vez para recoger la energía de los bosques sin arrasarlos. Ese desafío es en muchas formas el enigma del Brasil moderno.

El resto del mundo en vías de desarrollo está observando detenidamente para ver si se puede resolver.

Hace una generación, protestas similares por una versión anterior de la misma represa -que en ese entonces se conocía como Kararao- obligaron a las autoridades a reconsiderar su estrategia. Así, apareció Belo Monte. No fue sólo una maniobra de marketing. En lugar de construir un gran muro a través del Xingu para crear un enorme embalse, Belo Monte está diseñado como una represa sin almacenamiento de agua, una técnica que aprovecha el flujo natural del río para impulsar las turbinas.

La nueva versión aun así va a inundar una gran extensión de bosque: una represa de 516 kilómetros cuadrados dejará a un sinnúmero de poblados bajo el agua y desalojará a miles desde sus casas. Pero eso es un tercio del área que habría inundado el embalse original. El consorcio se comprometió a ayudar a reubicar a los desplazados y reparar cualquier daño al medio ambiente.

Sin embargo, estas salvaguardas ambientales también refrenarán la capacidad de Belo Monte para generar energía, la que variará con el flujo del Xingu. Cuando aumenten los niveles de lluvia, el río caerá en cascadas a través de las turbinas, produciendo hasta 11.200 megawatts, sumando un 10% a la capacidad generadora existente. Pero durante el verano seco amazónico, cuando el Xingu se reduzca, la producción de Belo Monte bajará a un promedio de 3.500 a 4.500 megawatts. Sume la probabilidad de que el límite de tasa lleve a más subsidios, y no es de extrañar que algunos brasileños se pregunten si ha vuelto a surgir una especie demasiado familiar en el Amazonas: un elefante blanco.

Pero en vista de que se pronostica que la economía va a crecer hasta un 7% este año, y que decenas de millones de brasileños están consumiendo más después de salir de la pobreza, la inversión en nueva generación de energía es esencial. Los manifestantes quieren plantas solares o eólicas más pequeñas. Pero sin Belo Monte, Brasil probablemente tendría que construir plantas de energía nuclear o invertir en energía térmica que requiere de carbón. Y entonces las protestas serían, sin duda, mucho más grandes.

Belo Monte es pieza central del programa de inversión pública del Presidente Lula da Silva, y que se levantará en el río Xingu.

Desde que un gobierno militar desmembró la cuenca del Amazonas con caminos, represas y poblados (...) Brasil no había visto tal disputa por el bosque.
Fuente: El Mercurio

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